viernes, 12 de octubre de 2012

Soñar es de niños.

Ella consume alcohol, a pesar de no haber llegado aún a la mayoría de edad. Cree que todo está perdido y ya no sueña. 'Soñar es de niños' suele decir. Como si ella fuese más que una niña; una niña perdida y de inocencia muerta. Siempre le gustó jugar con fuego, y de todos es sabido que quien juega con fuego, acaba por quemarse. La advirtieron, pero ella se divertía ignorando las advertencias. Piensa que en lo prohibido se esconde el placer, y así es en parte, pero se trata de un placer efímero, vacío a la larga. Le gusta abrir puertas marcadas con cruces, lanzarse al vacío y comprobar si se halla lleno. Le gusta besar el peligro y que el peligro la bese a ella. Se siente protegida, en cierto e irónico modo. La noche le ofrece su oscuro amparo, el miedo un abrazo eterno y el orgullo una sonrisa prefabricada. No escucha a nadie, y ese 'nadie' la incluye a ella. Cree comprender la vida, cuando no se comprende a sí misma. Cree comprender la vida, cuando ni siquiera ha comenzado a vivir.

Sin título.

El vaho provocaba de la imagen del cristal una burda imitación de la realidad. Gotas caían por el mismo. Resbalaban. Huían. Una figura envuelta en toallas, observaba su reflejo a través de unos ojos grises. Trasparentes. Vacíos. Cayeron las toallas, dejando ver un frágil y desnudo cuerpo. Casi parecía de porcelana. La chica probó la temperatura del agua que rebosaba en la gran bañera de cortinas moradas. Templada. Perfecta. Había flores esparcidas por la superficie, y el aroma de un incienso a medio consumir inundaba la habitación. Primero los pies. Luego las piernas. Después el tronco. Unos pequeños y erizados pechos quedaron sumergidos. El cuello. La barbilla. Ya no quedaba chica, si es que alguna vez la había habido. Unas pequeñas burbujas ascendieron hasta la calmada superficie del agua. ¿Después? Después no quedó más que silencio.

jueves, 5 de julio de 2012

De altos tacones y ajustados corsés.

Se trataba de soñar desde altos tacones y enfundar preocupaciones en ajustados corsés. Tapar con rojo carmín cada cicatriz, repasando, no sin cierto cuidado, el perfil de cada beso en el cuello. Aspirar nicotina y expulsar recuerdos era su pasatiempo favorito. También solía clavar la aguja de sus tacones en el asfalto, mientras su columna tomaba una ligera curvatura y sonreía con falsa picardía entre los rubios rizos que le cubrían parcialmente el rostro, al quizá incauto conductor que había tomado el desvío número 32. El sabor del café en vísperas de madrugada era casi comparable al placer de sentir calor entre las piernas. Cuando su desvío se hallaba poco transitado, le gustaba sentarse en el arcén y recorrer con sinuosos movimientos las carreras de las medias que cubrían sus piernas hasta el muslo. Le gustaba tararear canciones olvidadas, sabía como se sentían. Solas, malgastadas. Tropezaban en sus labios y se evaporaban en la atmósfera, casi con timidez. Las notas sonaban distantes y amargas, pero no desafinadas. Se habían olvidado de como sonreír, pero no de como ser bellas, aunque ya casi nadie supiera apreciarlo.

viernes, 27 de abril de 2012

El lazo rojo.

7.50 a.m. Un autobús naranja gira en la avenida 30 con la floristería. Una hoja cae delicadamente, bajo el peso del otoño, emulando a mentes ingeniosas, el danzar de una bailarina de pies etéreos y mejillas de porcelana. Una niña llora tres manzanas más abajo por no encontrar sus zapatos favoritos. Sin sus zapatos rojos no puede ir al colegio, explica a su madre entre lágrimas.
8.00 a.m. El autobús tuerce a la izquierda en un parque de columpios oxidados. Un anciano en el hospital reza por la precaria salud de su nieto. La niña acaba de tomarse el tazón de leche y se calza sus bonitos zapatos de charol. Los encontró debajo de la cama.
8.15 a.m. El autobús se detiene en la parada cubierta de la calle 13, para recoger a un grupo de adolescentes que charlan animadamente. Una tanda de magdalenas recién hechas, sale del horno en la panadería de Los Abetos. La niña acaba de cepillarse los dientes, mientras su madre le coloca un bonito lazo, también rojo, en su rubia melena.
8.20 a.m. El autobús adelanta a un coche parado en medio de la carretera, el señor Olliver ha vuelto a quedarse sin gasolina. Una mujer barre la entrada de su casa con movimientos cansinos y aburridos. La niña se alisa el vestido azul cielo y coge su pequeña mochila con ruedas, saliendo a la calle acompañada por su madre.
8.30 a.m. El autobús sortea un gran bache. El brusco movimiento lanza el paquetillo de cigarros del conductor al suelo. Maldice entre dientes. Un pájaro surca el cielo, describiendo un amplio arco entre las nubes. La niña del lazo rojo, espera a que el semáforo de transeúntes se ponga verde. Su madre contempla un bonito vestido en la tienda de al lado.
8.31 a.m. El autobús avanza. El conductor se agacha rápidamente para alcanzar sus cigarros. El semáforo de automóviles parpadea. El semáforo de automóviles se pone rojo. El semáforo de transeúntes cambia a verde. La niña avanza, arrastrando tras de si su pequeña mochila de ruedas. Su rubio cabello ondea debido a la suave brisa. Tararea su canción favorita. No mira a ambos lados. Un grito tardío y ahogado de su madre, es absorbido por el tiempo.
9.00 a.m. La calle está desierta. No hay autobús, ni transeúntes, ni niña, ni paquete de cigarrillos, ni madre. Un único lazo rojo reposa en el asfalto. Un pulcro silencio absorbe al tiempo.

domingo, 22 de abril de 2012

Sin título.

Corre calle abajo, chocando contra sombras sin rostro. Lágrimas en los ojos. No sabe como ha llegado hasta este punto, donde nada posee lógica alguna y la nada cobra sentido. Conoce perfectamente el lugar donde la guían sus desesperados pasos. Un cigarro abandonado se consume lentamente en su caja torácica. Imágenes se repiten en su cerebro. Una y otra vez. Una caricia lanzada al infinito. Una canción de letra extraviada. Un beso olvidado sobre desnuda piel. Se seca los ojos con el dorso de la mano. Ya está cerca. Ha salido de la ciudad. Corre entre árboles. Comienza a vislumbrar un horizonte pintado en plata. Sus pies cesan paulatinamente. Aspira el aire cargado de salada humedad. Ha llegado. Ante su perdida mirada, una vasta mancha azul se extiende hasta chocar contra el cielo, en un desesperado intento por ascender, escapar. Suelta todo el oxígeno de los pulmones. Se acaricia la muñeca, marcada por una morada huella. La huella de un marchito amor. Una huella compuesta a base de vodka y frustraciones. Trata de despejar la mente. Mira hacia abajo. El mar se lanza fuertemente contra la alta pared de roca, erosionándola, poco a poco, haciéndola débil. Tararea las últimas notas de esa canción que fue compuesta solo para ella, mientras sus pies pierden contacto con la tierra. Y por escasos segundos, vuela. Es libre. Con una sonrisa asomándose por la comisura de sus labios, es tragada por las furiosas aguas. 

sábado, 4 de febrero de 2012

Burned Memories.

Al ritmo de una lenta canción de jazz, bebe vodka de un vaso ya medio vacío. El cigarro al que da largas y profundas caladas, va reduciéndose a la nada, progresivamente. Junto a ella, una alta pila de recuerdos marchitos se halla. Lanza una cerilla encendida. Prenden casi instantáneamente. Las llamas son vivas, y le producen extraña pero reconfortante sensación. Da otra calada al cigarro, que al mismo que un pasado ya olvidado y su penosa existencia, se consume poco a poco. Sale al jardín. Un gélido suspiro escapa entre sus labios. Alza la vista al cielo. Una blanquecina, casi transparente nube se halla solitaria en la inmensidad azul. Altas copas de árboles desnudos enmarcan la bella escena. Vuelve la mirada al frente. Un largo camino se halla ante ella. Una mullida capa de hojas muertas y nieve sucia cubre el suelo. ¿Por qué no avanza? Ni ella misma conoce la respuesta. "Miedo", supone. Miedo a un futuro incierto, miedo a cambiar las cosas. Un hombre sale de la casa. Su rostro muestra felicidad. Se acerca a ella. Lentamente, comienza a besarle la nuca. La mujer no responde a sus muestras de amor, su mirada se encuentra perdida en algún lejano punto del horizonte. El hombre la mira a los ojos. "Te quiero, no lo olvides" murmura. Da la vuelta y se va por donde ha venido. La mujer, en silencio, se ríe como si de un mal chiste se tratase. Suavemente, se toca el brazo. Bajo las múltiples capas de ropa, un moratón se halla. Lo acaricia, tratando de acallar el dolor que le produce. Ese no es más que uno de los múltiples que decoran su pálida piel. Parece tan frágil e indefensa... Una lágrima se desliza, casi con dulzura, por su delicada mejilla, recorriendo luego su barbilla, y acabando por caer al suelo. Sufrimiento y resignación se entremezclan en ella. ¿Por qué no avanza? Ni ella misma conoce la respuesta. "Miedo", supone. Miedo a un futuro incierto, miedo a cambiar las cosas. Lanza una última mirada cargada de melancolía al cielo, y entra en la casa.

viernes, 3 de febrero de 2012

Dream.

A mi derecha, la nada se extiende más allá de lo que alcanza la concepción de universo. A mi izquierda, el vacío amenaza con arrastrarme a las profundidades de su inmensidad. Lo que hay a mi espalda no alcanzo a verlo, y nunca más lo haré, pues no pienso echar la vista atrás en ningún momento. A mis pies un extenso océano embravecido llora las múltiples perdidas que fui sufriendo a lo largo de mi vida. Tengo miedo. Miedo a caer, para siempre, sin nunca alcanzar el esperado impacto. Miedo a sufrir. Miedo a dejar atrás lo que un día me hizo feliz. Miedo a olvidarle. Miedo a abandonar esta realidad que tantas lágrimas se ha cobrado. Miedo a ser valiente. La sombra de una gaviota que sobre mi vuela, trae a mis labios una palabra. Una única y solitaria palabra. LIBERTAD. Doy un paso, después otro, y un último para acabar. No caigo. Vivo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Lost.

Es de noche. Grises nubes tapan la luna. ¿Esperanza? La perdí conforme avanzaba por este lúgubre camino. Ya no queda nada. Todo aquello que me importaba, lo fui perdiendo poco a poco, casi sin darme cuenta, desapareció. Una triste sombra de lo que un día este mundo para mi fue. He olvidado ya de qué color es el viento. El sabor de la humilde alegría. El olor de la locura. He olvidado como amar y ser amada. Como perdonar y ser perdonada. Como respirar. Como vivir. Como soñar. Anhelo su cálida presencia. Me siento perdida. No se adonde ir, ni recuerdo el camino de vuelta. Solo quiero empezar de nuevo. Una última oportunidad para rehacer mi vida. Quiero volver a sonreír como solía hacer... antes de conocerle.  Es de noche. Grises nubes tapan la luna. ¿Esperanza? La perdí conforme avanzaba por este lúgubre camino.

lunes, 9 de enero de 2012

Freedom.

Tiempos duros los que corren y anidan en nuestras calles. En los que el ser libre es un prohibido derecho, el cual pocos se atreven a reclamar. Libertad. Ya es un término caído en desuso, difícil de oir en bocas amigas. Solo los que aún conservan la esperanza que a muchos fue arrebatada, son capaces de ver mas allá, y de saber, que no todo está perdido.

lunes, 28 de noviembre de 2011

My Last Nigthmare.

La oscuridad, dueña de mis días y mis noches, se aposenta sobre el horizonte como una joven dama cuya delicada sonrisa no es mas que una fina luna temerosa. Un hermoso concierto de silencios en la bemol, inunda la atmósfera. Las copas de los altos árboles permanecen quietas, esperando algo. Un viento apenas perceptible, murmura mudas advertencias. Él se encuentra cerca. Puedo sentirlo. Tengo miedo. Jamás se me dio bien jugar. Mi respiración comienza a ser agitada, temo que los sordos golpes de mi corazón me delaten. Entonces, como si alguien se divirtiera clavándome al azar agujas en la espina dorsal, siento su mirada fija en mi nuca. Me ha visto, ya no hay vuelta atrás. Un rápido llamamiento a mi sentido común, manda a mis piernas comenzar a correr. Pierdo la percepción de la "Realidad", y comienza mi pesadilla. No oigo ni veo nada, solo se que mi salvación depende de si consigo llegar al lado contrario del río antes de que el Cazador logre alcanzarme. La angustia comienza a hacerse presente en mi ser. Corro. Al fin, un claro se abre ante mi, la luz de la Luna se refleja a la orilla del río. Me detengo a escasos centímetros del agua. Giro la cabeza, paseando mi ya mas calmada mirada por la linde del bosque. No veo al Cazador por ningún lado. Mis sentidos antes alerta, se relajan. En ese mismo instante, un seco golpe en la cabeza me hace perder el conocimiento. Lo único que veo antes de sumirme en un sueño eterno, es una deformada sonrisa a causa de la locura.
- Buenas noches princesa- susurra a mi oído una conocida voz.